Mamá decía que el sufrimiento es como una araña. Ocho patas de miseria y ocho ojos para contemplarla. En un rincón, teje sus hilos.
Uno de esos hilos es la soledad, un mar aterrador siempre en calma, que no refleja el sol y ninguna de las estrellas que deberían estar al alcance de la mano.
El segundo es la furia, esas mandíbulas rabiosas que un buen día ya no estaban fuera, sino dentro, y me arrancan el corazón, y me muerden, y me muerdo, y el metal me llena la boca. Yo soy esos dientes, y también quien está entre ellos.
La tercera de esas hebras malditas es la desesperación. Tal vez sea cierto que el poder corrompe. Pero, ¿sabes qué pasa cuando no lo tienes? Que ardes. Te quemas en la llama fría de tu propio corazón.
El cuarto hilo de esa tela de araña es algo más que la mentira. Es un verbo que desafía todo lo que ves, lo que oyes, lo que hueles, y todo lo que sientes en lo más profundo de las entrañas. Es lo que pasa, pero nunca ha pasado. Es todo un mundo que te escupe silencio en respuesta a tus lágrimas. Es el dolor sordo que trepa y raspa hasta desgajarte la piel, y ese rojo teñido de extrañeza, esas gotas pesadas, esa salpicadura incrédula…esa sangre. Me dice que no pasa nada. Me dice que ha sido por mi bien.
Pero lo peor no son esas hebras pegajosas, por mucho que me llamen con un brillo de plata para que baile al compás de ocho patas. Lo malo de verdad es el vacío que hay entre esos hilos, tan profundo que me arrasa. Porque en el vacío no hay palabras. Ni siquiera estoy yo.
Hay otra cosa.
Apenas puedo moverme. Las correas me muerden la piel de las muñecas y los tobillos. Hace frío. Quiero soltarme, pero no puedo, sólo noto un latir entre mis costillas cada vez más grave, cada vez más intenso. Un impacto tras otro en mi esternón. Es un tambor de guerra.
¿Me voy a morir?
Siento la furia, me muerde, la muerdo, y mi boca sabe a sal y a sangre. Nadie me oye cuando grito. A veces creo que ni siquiera yo me oigo. No hay nadie conmigo, sólo yo y la oscuridad, la oscuridad y yo, inmóviles en el eje de esta cama empapada de un sudor que se congela. Pero es por mi bien.
Eso dijeron, que era por mi bien, y que el doctor me verá por la mañana.
No hay palabras aquí, sólo una nota sostenida, una vibración atroz. Dicen que estoy contenida, pero sólo noto el pellizco de las correas, la presión, el resto de mí fluye y se deshace, es un eco lejano de lo que un día fue una voz.
Soy un nombre escrito en el agua.